Cuando uno piensa en el vino -y en su inagotable riqueza cultural- enseguida le viene a la mente la película «Entre Copas«, del director Alexander Payne.
La película narra el viaje algo etílico de un profesor con aspiraciones literarias que entre viñedos, bodegas y catas de vino va experimentando una montaña rusa emocional: pasa de la felicidad pletórica a un derrumbamiento personal paulatino, todo ello trufado con momentos de ternura, humor, amor, sensibilidad y tragicomedia.
«Entre copas» encierra un paralelismo entre el vino y la vida: a mayor experiencia, mayor poso, y por lo tanto mayor sabor añejo.
Y es que el vino, para el que le guste claro, es un placer terrenal, y a día de hoy, ya sea por sus innumerables cualidades innatas, o por sus reminiscencias telúricas, o simplemente por la maquinaria de marketing que lleva detrás, vive una auténtica época dorada, días de esplendor.
El vino lo solemos asociar a todo tipo de eventos. Digamos que marida con todo. En plena soledad y tranquilidad, mientras uno disfruta de un buen libro o contempla un paisaje, o en momentos de algarabía y celebraciones, mientras compartimos con amigos y familiares mesa y mantel. El vino engrasa nuestro ingenio, y hasta posibilita que la francachela sea más amena y fluida.
Pero por encima de todo el vino es una experiencia telúrica de primer orden. Su poder reside en el sabor, el aroma y el color. Una sola gota de un tinto de buena añada nos traslada directamente a la tierra donde antes ha sido cultivado. Detrás de cada pequeño sorbo siempre hay un conocimiento enciclopédico.
La cava de KaliSkka
Una de las singularidades del restaurante KaliSkka es su diseño interior y la distribución del espacio. En muchas de estas decisiones arquitectónicas resulta hasta contracultural, como es la ubicación de la cocina cristalina en pleno corazón del local.
Muchos comensales que se acercan hasta allí destacan también la originalidad de su cava. Ésta, en vez de sentarse sobre el suelo, nace del techo, lo que enseguida capta la atención del visitante. La cava además es transparente, lo que ayuda a no romper la diafanidad del local. Uno puede ir allí directamente y solicitar el vino que más le guste.
Por lo general, nuestra cava está repleta de vinos selectos, de buenas maneras y con garantías. La finalidad es que no fallen, ya seas sibarita en tus gustos o profano en el zumo de uva.
Un Luis Cañas Crianza siempre suele ser una buena elección. Este Rioja tinto de color rojo rubí deja un sabor en boca sedoso y frutal. Marida muy bien con los platos de carne.
En el restaurante KaliSkka lo solemos servir junto al cochinillo cocinado a baja temperatura, o con el entrecot de vaca a la brasa de 40 días de maduración con papas arrugás y pimientos de padrón fritos. El arroz en la lumbre de pollo cortijero con judía bastetana también le sienta muy bien.
Mientras os decidís por algún plato del KaliSkka que acompañe el Luis Cañas, os dejamos con la escena que más nos gusta de la película «Entre copas». Lo mejor es disfrutarla con una copa de vino en la mano.
Comentario (1)
Dolores
Cuánta razón tiene, por esos ratos que se echan junto al vino y por las comidas que hacen despertar todos los sentidos. Un lugar espectacular